EL TRIBUTO DE LAS CIEN DONCELLAS

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Cuenta la leyenda que el rey astur Mauregato, uno de los cuatro conocidos como los reyes holgazanes por su escasa aportación a la reconquista, pactó con los moros un tributo anual por el cual tenía que entregar cien doncellas de gran belleza de las cuales cincuenta tenían que ser de origen noble y las otras cincuenta de origen plebeyo, a cambio, él tendría asegurada la paz de sus tierras.

Muchas fueron las doncellas enviadas al sur, pero algunas que se negaban a ir y luchaban con más fuerza que las demás, decidieron desfigurarse pues así al perder su belleza también perdían valor y no eran aptas como pago del tributo.

En tiempos de Alfonso II se seguía pagando este tributo y es en este tiempo donde comienza la leyenda que voy a relatar.

El rey designó a Nuño Osorio para custodiar a las doncellas hasta el lugar donde se debería de hacer la entrega de este curioso tributo y cuando llevaban un buen trecho recorrido, una de ellas, Sancha decide desnudarse y animar a las demás a que lo hagan también y no sirvió de nada que sus guardianes quisieran convencerlas de que volvieran a vestirse, ni con ruegos ni con amenazas y por mas que les preguntaban por que lo hacían, ellas no decían ni palabra y en vista de que no conseguían hacerlas entrar en razón, decidieron continuar el camino hasta que al aparecer los moros que venían a recogerlas, ellas volvieron a vestirse y es entonces cuando Sancha dice:

“Atiende, Osorio cobarde, afrenta de homes, atiende, por que entiendas la razón, si non entenderla quieres. Las mujeres non tenemos vergüenza de las mujeres; quien camina entre vosotros, muy bien desnudarse puede, porque sois como nosotras, cobardes, fracas y endebres hembras, mujeres y damas; y así no hay por que non deje de desnudarme ante vos, como a hembras acontece. Pero cuando vi los moros, que son homes, y homes fuertes, vestíme, que non es bien que las mis carnes me viesen. ¿Qué honestidad he perdido cuando vengo entre mujeres? ninguna pues que lo sois tan cobardes y tan leves.”

Claro, llevar custodiadas a unas cuantas mujeres para entregarlas a los moros para que se diviertan con ellas lo podían admitir, pero ¿qué les llamasen mujeres? jamás, así que además de montar en sus caballos, montaron en cólera y arremetieron contra los moros y no dejaron ni uno con vida y supongo que los pobres moros pasaron en un momento de estar con cara de asombro sin entender ni jota de lo que estaba pasando a solicitar en el otro mundo las huríes prometidas en toda guerra santa.

No se si conocíais esta leyenda, pero para daros una idea de su popularidad, Lope de Vega escribió una comedia en 1612, basada en ella y titulada “Las famosas asturianas”.


Iglesia y fuente de las Cien Doncellas de Rueda del Almirante (León).

LEYENDAS DEL CAMINO. FUENTE DE RENIEGA

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        Como otros muchos parajes ligados al camino de Santiago, el puerto del Perdón está considerado un lugar mágico. Poco antes de alcanzar la cumbre, el caminante que viene de Pamplona por Cizur Menor, Guendulain y Zariquiegui se encuentra en las faldas de monte con una pila de agua clara conocida antaño como fuente de la Reniega (hoy está marcada con el nombre de Gambellacos, que es la denominación del término de Astrain donde se ubica).

Según cuenta una vieja leyenda recogida por Juan Ramón Corpas en su libro Curiosidades de Navarra, aquí se apareció el diablo en forma de apuesto joven a un sediento caminante que subía el puerto en pleno verano. El diablo le ofreció la posibilidad de refrescarse y de beber si renegaba de Dios, pero el peregrino rechazó la oferta. Entonces, el demonio le volvió a tentar, sugiriendo que tal vez bastaría con renunciar a la Virgen María para recibir el preciado líquido. Tampoco esta vez aceptó el caminante. Como última oferta, Satanás apuntó que bastaría con renegar del apóstol Santiago para conseguir el agua. Pero el peregrino rehusó de nuevo la tentación y se puso a rezar pidiendo ayuda a las alturas. «Entonces, el joven diabólico desapareció entre una nube de azufre, y en su lugar apareció la cristalina fuente, donde sació su sed».

Además de esta leyenda, Astrain registra varios sucedidos milagrosos, protagonizados por la virgen del Perdón. Algunos de ellos guardan relación con la curación de peregrinos desahuciados, y otros con ayudas concedidas a labradores del entorno. Uno de los más conocidos, es el de un agricultor de Adiós que estaba laborando en el entorno de la sierra. «Las caballerías se espantaron, y arrastraron al hombre que iba enganchado de un pie en las bridas», dice Luis Miranda. «Viéndose en peligro, el labrador se encomendó a la virgen del Perdón, y ésta le libró de una muerte segura».

UNA COLADA COMO LA DE ANTAÑO

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Con las manos en la masa
A todos nos ha sorprendido alguna vez en alguna remota aldea de Galicia la estampa de una señora de negro haciendo la colada a mano en el lavadero público. Parece una imagen salida de hace cien años, pero aún puede verse en pleno siglo XXI en muchas aldeas por las que pasa el Camino de Santiago. En la mayoría de los casos no es por necesidad, por no poder tener una lavadora en casa, sino porque defienden que como lavar a mano no hay nada. La ropa queda mejor y se impregna de olores agradables. La verdad es que visto desde nuestras vidas comodonas, la idea de tener que hacer la colada a mano y con agua fría de la fuente del pueblo no parece una perspectiva muy halagüeña por mucho que la ropa vaya a quedar más limpia. Pero en cambio, soy un gran defensor de la colada a mano en el Camino de Santiago. Os cuento los motivos:
El lavadero público fue durante siglos un lugar de reunión, un alivio para las mujeres que podían charlar entre ellas sin la presencia de los maridos. La colada daba pie a confesiones y a chismorreos, convirtiéndose para muchas amas de casa en el único rato de recreo (muy entre comillas este recreo con las manos en el agua fría), en el que podían desahogarse de sus problemas domésticos. Los hombres se juntaban en el bar, pero las mujeres no tenían otro lugar de reunión que la intimidad del lavadero. Aún hay un dicho en catalán que es algo así como “fer safareig”, que quiere decir cotillear, marujear y en su traducción literal sería “hacer lavadero, hacer la colada”.
Después de cada etapa, lavar a mano las ropas del día supone juntarse en el lavadero del albergue con otros peregrinos. Hacer amistades, charlar, contarse los pormenores de la jornada, son alicientes más que suficientes para hacer de ese rato con las manos en la masa un momento muy agradable.
Además, el Camino es en cierto modo una lección de austeridad y de luchar contra lo superfluo. No digo que una lavadora sea superflua en nuestro día a día, ni mucho menos, pero la escasa cantidad de ropa a lavar en el Camino hace de la lavadora un capricho innecesario. No deja de ser mi opinión, no os vayáis a enfadar.
Haciendo la colada
Otra ventaja de lavar a mano es que no es necesario acumular ropa para poner la lavadora, por lo que puedes llevar apenas tres mudas para todo el Camino.
Ahorras peso, haces amigos, practicas la austeridad del peregrino y rindes homenaje a todas aquellas señoras, nuestras abuelas, bisabuelas y tatarabuelas, que en su día lavaron a mano en la intimidad de un lavadero público.
¿Recordáis algún lavadero del Camino con especial cariño?